Era un día soleado de luz fría tras una noche de lluvia.
Recordó de pronto entre tiritones el viaje a Berlín, hace muchos años, con aquel chico medio raro... y tan triste.
No sabe por qué soltaron (los dos, pese a tanto amor) los sutiles hilos de tela de araña que los unía. El aura desapareció como diluida en la lluvia helada del norte.
Y luego vino el olvido y la vida seguía...
Envuelta en una manta busca un refugio para la memoria. Encuentra cartas perdidas, un lamento (antiguo) de él sobre la gran nostalgia que sufre, una dirección de correo electrónico que de golpe brilla como un faro...
Escribe:
Mi amigo querido, no te dejes golpear por la nostalgia. Cuando mires y nos veas juntos a la orilla del agua, esperando que se apague el sol ese día, siente la alegría de haberlo vivido así, con las manos unidas y los corazones felices. Yo me siento tan bien de haber estado ahí contigo, que me sale la risa de puro agradecimiento.
La manda.Espera frente a la pantalla. Entra un mail. Abre.
Ven.
Eso es todo. Como si el tiempo hubiera girado con el viento cálido de levante, como si el amor siguiera intacto...
Ven.
Y ella suelta la manta, coge el mapa de siempre, las llaves del coche...