viernes, 22 de agosto de 2014

Trono de piedra en el lago


...digamos que dos amantes paseaban por la orilla de un lago y que faltaba poco para la puesta de sol, y digamos también que uno de ellos andaba descalzo de un pie, con un calcetín y un zapato en la mano. Andaban los dos (uno más rápido, claro, porque el otro se clavaba piedrecitas en el pie) y se reían mucho, como si vinieran de alguna actuación humorística, cosa rara por ese lugar. Buscaban un sitio cómodo y seco para ver la puesta de sol. 
Uno de ellos vio una enorme piedra con un hueco que le daba forma de asiento, bueno, en realidad, dijo que era un trono. Como era bastante amplio se sentaron los dos, y para invocar la marcha del sol sacaron un libro que llevaban en una mochila verde para liliputienses. Era un libro de poesía. Cernuda. Ella, que conocía bien ese libro, buscó una poesía que le pareció adecuada al asiento y al momento. Ellos eran los reyes de esa tarde en el lago, y desde el trono compartido contemplaban aquel paisaje tan bello. La poesía hablaba de la soledad del rey en su trono. Y con la seriedad que otorga un pie descalzo, él se la leyó, y el sol no dudó que lo mejor era marcharse. 
Y lo que después ocurrió solo esos dos amantes lo saben... 

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