miércoles, 14 de mayo de 2014

La otra cara de la luna


Tú me cuentas tus tribulaciones con el papelito arrugado, los golpes en el cristal, la lectura apresurada y secreta del juego que nos habíamos inventado para encontrarnos... y cómo entre esa escenografía no te dabas cuenta de la otra broma en paralelo. 
Reímos. 
Juntos. Felices. Escondidos en la otra cara de la luna.

Yo te cuento la escena vista desde el otro lado:

He aparcado el coche (antes amarillo y actualmente de un inconfundible color barro) bien a la vista a la salida de la estación, osea, en la zona reservada a los taxistas. Lo aparco y me bajo. Mi lugar lo ocupa mi hermana disfrazada de mí, es decir, ella "depone" su ropa de marca y viste humildes vaqueros y blusita, usa mis gafas y mis pendientes de estrella y mira hacia al infinito por encima del volante. Hace tanto calor que los cristales están subidos para que sea efectivo el aire acondicionado y tiene la radio puesta, así se justifica su ensimismamiento. 
Yo me he retirado a la esquina y espero impaciente la salida de los viajeros con sus bolsas. Te veo: un vuelco de las coronarias avisa de tu presencia antes que los ojos. "Ainsss, ahí está Pablo..." Pero ¿qué hace? se mete la mano en el bolsillo, saca un papel, lo mira, pone cara de disgusto y lo aparta (es un kleenex) sigue rebuscando y se le ve apurado, suelta la bolsa y al fin parece encontrar lo que busca: es otro papel, lo alisa, carraspea, respira hondo y se acerca al coche, dudando, "el color es raro pero parece el de Elisa" (puede que haya pensado), se agacha y lo confirma mirando la matrícula entre las miles de cagadas de pájaros y de cadáveres de insectos que la tapizan. "Ah", suspira, y (ya seguro) se acerca a la ventanilla del conductor. Lo veo golpear con cautela. La ocupante (mi hermana) baja un poco el cristal y Pablo (sin mirar) comienza un recitado, está algo nervioso... muy nervioso, en realidad. Termina su lectura y mira hacia el asiento del coche, perplejo ante la falta de reacción de su ocupante; pero entonces se acerca la auténtica, la verdadera Elisa (yo) por detrás, con la sonrisa y los brazos abiertos, y abraza al trovador por la cintura al tiempo que, riendo flojito, le besa la nuca. Pablo se sobresalta y se vuelve, entre encantado y confuso. Elisa (yo) cumple su parte del trato y recita sus versos, mientras la (mi) hermana sigue riendo dentro del coche, los taxistas tocan estrepitosamente los cláxones y los demás viajeros se atropellan a la puerta de la estación. 
FIN.

Porque luego, querido mío, ya es otra historia.

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